HABORYM, SEÑOR DEL FUEGO Y LOS HOLOCAUSTOS

Haborym en el "Diccionario Infernal" de Collin de Plancy, ilustrador por Le Breton.

Conocido entre demonológos y demonógrafos como un poderoso duque del Infierno, Haborym es identificado principalmente como el señor del fuego y de los holocaustos; el "demonio de los incendios" según lo que se advierte en fuentes como el artículo "Superstiteux et mystifiés" de Victor Charbonnel, que figura en el tomo sexto de la "Revue Chrétienne", publicada en París en 1897. Como muchas otras informaciones demonológicas, aquel dato proviene del "Diccionario Infernal" de Collin de Plancy y el "Diccionario de las ciencias ocultas" de Jacques-Paul Migne, autores franceses contemporáneos entre sí y que tuvieron colaboraciones mutuas en sus trabajos.

Se señala a Haborym como un jefe militar a 26 legiones del Infierno, apareciendo a veces mencionado también como Aym o Aim, que se traduciría como fuego. Además de las llamas, participa de todo evento en donde haya guerra, destrucción y agresión, en especial cuando son provocadas por unos hombres contra otros, pues parece encarnar los aspectos más deslucidos y siniestros que se esconden en lo profundo de la propia humanidad. Como ángel rebelde caído en los avernos tras la fallida rebelión celestial, además, asume su rol como una suerte de metáfora sobre los dilemas del uso de la violencia legítima o ilegítima en la búsqueda del poder.

Haborym es representado con tres cabezas, posiblemente con sus propios significados alegóricos cada una: la central correspondiente a un humano pero con llamas en lugar de cabellos, una de gato sobre el hombro derecho y una de serpiente sobre el izquierdo. El artista Le Breton y la descripción de Collin de Plancy agregan una antorcha en su mano derecha, mientras monta una serpiente voladora como se observa en la versión ilustrada de su diccionario, edición de 1863. Aquella antorcha representa la capacidad o el interés del demonio de marras por encender fuegos agravando las calamidades que sofocan a los mortales. Un cuento del escritor venezolano Denzil Romero varía un poco aquella imagen y lo describe como un demonio que cabalga "sobre una víbora gigante de cuatro cabezas que vomitaban hilillos de agua pútrida por entre las comisuras de sus bocas virulentas", mientras que el ecuatoriano Alfredo Pareja Diez-Canseco señala que es esa misma serpiente en la que monta la que tiene las descritas "tres cabezas, una de reptil, otra de gente y otra de gato".

Diana Vaughan, una supuesta descendiente del alquimista galés fundador de los rosacruces Thomas Vaughan, escritora que fuera presentada literariamente al mundo por el masón francés Léo Taxil y citada también por Charbonnel, decía en su extraño libro "Il 33 .'. Crispi. Palladista, uomo di Stato smascherato" de 1893 (sobre el primer ministro italiano Francesco Crispi, supuesto protegido y alumno del mismo demonio de fuego) que "nunca he visto a Haborym bajo esta forma" descrita por Collin de Plancy y Migne, tras lograr invocarlo con éxito dos veces. En cambio, se le habría aparecido como un anciano bello con barba plateada muy larga y flotante, algo que le inspiraba "admiración y respeto". Lamentablemente, el testimonio de miss Diana resultó ser sólo parte de escandaloso fraude de Taxil para atacar a la masonería de la que había sido corrido, según él mismo admitió después: la mujer era una dactilógrafa protestante de los Estados Unidos, quien accedió a prestar su nombre e imagen para este embuste literario.

Algunos autores señalan que Haborym es el mismo demonio llamado Raum o Raym, conde infernal a cargo de 30 ejércitos y quien aparece mencionado en textos clásicos como "El libro de la magia negra y los pactos" de Arthur Edward Waite. Aunque esta asociación entre Haborym y Raum es defendida por autores como Gustav Davidson en "Un diccionario de ángeles", las descripciones tradicionalmente proporcionadas desde la demonología inducen a creer, más bien, que se trata de dos entes diferentes, con distintos rangos nobiliarios y cantidades de legiones a su disposición. El propio Collin de Plancy consideraba que esta identidad común para ambos era algo dudoso.

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